I

By Sonia Collar
Voy a contar primero algunos detalles, muy personales, que a lo mejor sirven para sentir que siempre hay alguien que ha vivido una experiencia peor. No se sufre más o menos ni el duelo es mayor o menor. Cada uno sufre su propia angustia, la vida es un subibaja pero no nos damos cuenta de lo duro que puede ser hasta que lo vivimos en carne propia. Lo importante es llegar a la conclusión que el “vaso está medio lleno y no medio vacío”.

Independientemente de los momentos críticos económicos y los problemas que existen en cualquier familia, la nuestra no fue muy distinta que la mayoría de las familias argentinas. Dos hijos, escuela privada mientras que se pudo, al igual que servicio médico prepago. Ambos comienzan a trabajar en los veranos de su secundaría para luego seguir carreras que nunca terminan. La realidad del país les “envía” el mensaje de que ser profesional o no, es igual … se depende más de los contactos y la buena suerte para ser alguien y ganar su propio sustento que del esfuerzo y el estudio.


Nuestra hija emigra, con la documentación correcta y doble ciudadanía, hecha muchos años antes por “si alguna vez querían estudiar en el exterior” justo con la crisis de diciembre 2001 pero con la decisión tomada mucho antes. Casi 6 años después, cuando el desarraigo duele, tiene la tranquilidad de un trabajo seguro, un coche y una propiedad – comprada a un plazo impensable en Argentina – mientras que nuestro hijo, quien nunca ha dejado Buenos Aires, a excepción de paseos y viajar en su luna de miel, lucha día a día junto a su esposa y su recién nacido hijo, en un país con inseguridad, con fracasos comerciales, con socios “infieles” y con mucho esfuerzo. No existe el lugar “paradisíaco” en el mundo pero hasta hace poco fuimos una familia de 4 personas, matrimonio y dos hijos, clase media, trabajadora y luchadora que no tenía en su mente ninguna “desgracia” ni ninguna “muerte” fuera de la ley de la vida de que “los hijos entierran a sus padres”.


Como una pesadilla, y tan solo unos días antes del casamiento de nuestro hijo, el sábado 4 de noviembre de 2006 a media mañana suena el teléfono y el castillo explota. Mi marido, Jorge Rafael Collar, siempre ha repetido que no llegaría a los 60 años y que además fallecería sin conocer a sus nietos. Mi respuesta, al igual que la de los amigos era “deja de decir esas cosas …” y comentarios similares. Pero tenía razón y cumplió su palabra. Murió de un infarto, sin aviso, sin preaviso, y si lo hubo para él, nunca lo sabré.
by Déborah Collar


La emoción lo sobrepaso y la llegada de su hija, programada para 48 horas después - para el casamiento del hermano - la visita de su hermana por el mismo motivo y el casamiento de su único hijo lo emocionaron hasta el infinito y no lo pudo sobrepasar. Una alegría también juega una mala pasada. Tan solo 5 días antes se había comprado la camisa para “el gran día”.


Yo he recibido la ayuda espiritual e incluso económica de amigos, el apoyo de familiares pero también el “borrarse” de muchos que se sintieron “incómodos” o “fuera de lugar”.