II

El primer mes pasó como si viviéramos una historia de príncipes y princesas. El “casamiento” siguió su camino, porque así lo hubiese querido mi marido. Pero luego llegó el momento de quedarme sola, mi hija y mi cuñada partieron a España y todo se hizo real de golpe. Y yo, que era una persona independiente, con trabajo y capaz de tomar grandes y pequeñas decisiones a diario, de viajar sola a lugares lejanos y cercanos por trabajo o placer, de repente me encontré perdida, desvalida y por sobre todo ¡sola!


No se puede vivir el “resto” de la vida de duelo, pero tampoco se puede “vivir” sin pasar por el duelo y cada persona lo vive a su manera, le lleva su tiempo, se pueden tener recuerdos positivos y negativos, soñar con la pareja que se ha ido, lo que queda muy claro es no hay dos personas que vivan de igual forma la muerte de la pareja porque tampoco hay dos parejas iguales, ni dos duelos exactamente iguales. Tampoco hay fórmulas mágicas ni tiempos preestablecidos.


Poder escribir la palabra “viuda” me costó meses, ni que hablar del momento de renovar el pasaporte. Los trámites de la pensión son interminables y a uno le piden los mismos papeles mil veces y no es nada fácil volver a buscar el certificado de fallecimiento, el certificado de casamiento, los documentos y ni que hablar de aquello que falta y que hay que tramitar y cuando se sabe que se recibe la pensión – aunque es necesaria para seguir viviendo - yo me deprimí preguntándome “para qué me servía el dinero” y que lo cambiaría todo por un segundo con mi amado marido. Ese tipo de pensamientos se repiten con cada alegría, con cada momento positivo en el diario convivir con los que quiero y me quieren bien.